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Pequeños retales de literatura

sábado, febrero 15, 2014

Pinceladas mínimas sobre Austerlitz de W.G. Sebald.

Hace unos días terminé de leer el libro de Austerlitz de W.G. Sebald, y me apetece dejar aquí algunas de mis impresiones. No voy a hacer un resumen del libro, porque entonces me extendería demasiado, y prefiero centrarme en algunos aspectos formales o estilísticos de la novela, así que me imagino que solo entenderán de lo que hablo, aquellos que ya conozcan de antemano alguno de los libros de Sebald y en especial éste.

Lo primero que diría es que para mí este libro esta algo sobrevalorado, ya que me sorprende bastante las críticas tan elogiosas que leo por la red. A mí me ha parecido un libro bastante lento, y hasta que no he pasado el centenar de páginas leídas no se comenzado a animar un poco (he estado tentado varias veces de dejarlo a medias pero como tengo un poco de aguante al final lo he acabado). Seguramente es que no he conseguido meterme demasiado en la historia, eso, sumado a que últimamente este tipo de ficciones no es que me atraigan demasiado.

Me aburren las frases subordinadas de Sebald que ocupan líneas y líneas, y evitando poner aunque sea de solo de vez en cuando algún punto y aparte. También me molesta la elección narrativa en un narrador (del primero prácticamente no sabemos nada) y este es el que explica lo que un segundo narrador -Jacques Austerlitz- le cuenta, lo que hace que sucesivamente vaya apareciendo la muletilla de “dijo Austerlitz” para recordarte esta situación narrativa, pero que a mí me pareció la aparición esporádica de esta locución me pareció cansina y cada vez que lo leía lo sentía como una patada al pacto ficcional que me sacaba de la narración.

Las fotografías en blanco y negro que Sebald incluye en el libro y que le sirven para documentarlo son originales, y provocan que la historia se debata entre las aguas de la realidad y la ficción. El problema, al menos de la edición que he leído de Anagrama, es que la mayoría de las fotografías son muy oscuras, y en muchos casos no pasan de ser manchurrones negros sacados de algún sombrío test de Rorschard (más o menos como las fotografías que hice yo en uno de mis últimos posts, pero esta vez sin nada de colorines). Me imagino que hoy en día dándole a éstas algo de luminosidad con el photoshop; más las mejoras de impresión que habrán aparecido desde la publicación del libro, se podría conseguir una edición mucho más vistosa para el lector.

Esta intención de mezclar lo que es real con lo que es ficticio es seguramente uno de los méritos del libro; utilizando para ello diversos recursos, como ese uso de fotografías, además de la precisión en sus descripciones, basadas en paisajes u objetos reales. Todo esto facilita este efecto empático con el narrador, en cuanto darle verosimilitud a la historia.

También en la cuenta de haberes yo diría que se encuentra la erudición de Sebald en todo lo que narra. Da gusto ver como su cultura abarca múltiples disciplinas, y en cualquier momento Sebald es capaz de sorprenderte con la descripción arquitectónica de algún edificio o desconcertarte con algún tipo de disquisición científica.

Sí, su precisión y su riqueza lingüística son sin duda destacables, y algunas veces he conseguido encontrar en su narración perlas de gran belleza. Como ésta.

Cuando llegué a la Gare du Nord, después de una sequía que duraba ya más de dos meses y había agostado por completo grandes partes del país, seguían reinando temperaturas de pleno verano, que no cedieron hasta bien entrado octubre. Ya muy de mañana, el termómetro subía a más de veinticinco grados, y hacia el mediodía la ciudad gemía bajo el peso de la gigantesca campana de humos de plomo y gasolina que flotaba sobre toda la ile de France. El aire gris azulado, que cortaba el aliento, era inamovible. El tráfico se movía pulgada a pulgada por los bulevares, las altas fachadas de piedra temblaban como imágenes reflejadas en la luz deslumbrante, las hojas de los árboles de las Tullerías y del jardín de Luxemburgo estaban abrasadas, la gente en los vagones de metro y en los interminables pasillos subterráneos, por los que soplaba un cálido viento del desierto, parecía mortalmente agotada.

Y por hoy, ya vale. Otro día más (de este libro va a caer otro post en breve).

Austerlitz

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