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Pequeños retales de literatura

viernes, abril 09, 2010

Menudencias del olvido

Tengo un recuerdo borroso de un momento que ocurrió hace apenas unas semanas. Es una escena de película. Un minúsculo fragmento. Apenas unos segundos en los miles y miles que deben haber ocurrido en mi vida desde entonces. Y sin embargo estoy casi completamente seguro que la claridad de esos segundos ya es casi irrecuperable, al menos si no recibo una ayudita de algún despistado y avispado cibernauta que lea este post.

Es un pequeño enigma en mi cerebro, que sé que será imposible de esclarecer salvo que diera la casualidad de que alguien leyese esto y tuviera muy buena memoria y además hubiera visto la misma película que yo (tres condiciones que se incrementan en dificultad y me hacen recordar el misterio de la Santísima Trinidad). Tal vez si este mensaje que en cierta manera es como una botella al ciberespacio; perdurase durante siglos y siglos en la red y yo siempre estuviera atento a cualquier respuesta, como esos monos que escriben incoherencias una y otra vez esperando a escribir la gran obra de Shakespeare.

Es una sensación horrible, que me desagrada ¡no se imaginan cómo! porque soy el típico que ante cualquier duda voy directo a una enciclopedia o similar, porque siempre tengo la necesidad de desvelarlas. Falta que alguien me de un dato que no me cuadre en mi cerebro, para que mi mente intente retener ese dato unas horas hasta que pueda comprobar si es correcto o incorrecto. Es casi una especie de enfermiza patología en la que me molestan los recuerdos inconexos. No se trata de recordar algo que sucedió hace meses o hace años; se trata de encontrar algo que sucedió apenas unas semanas. Y noto como el recuerdo está al alcance de mi mano y sin embargo es intocable. Me siento como el soñador que intenta agarrar una luna menguante pellizcándola con los dedos.

Pero esta vez no es un problema de constancia, porque no hay ningún tipo de hebra-por-donde-sacar-un-hilo-que-me-lleve-a-tirar-de-la-madeja que busco. El recuerdo es como una isla en mi cerebro. Una isla solitaria a la que es imposible llegar. Digamos, que mi recuerdo borroso es como una línea muerta incapaz de llegar a ningún lado.

La escena corresponde a una película que debí ver hace menos de dos o tres semanas por televisión. Por la televisión normal? Por DVD? Ni idea. Y en estas semanas, he visto las suficientes –la mayoría intrascendentes- para ya haberme olvidado de casi todos los títulos, y por no decir también los argumentos. Además, en realidad quizás hasta se trate del capítulo de alguna serie… aunque yo apostaría que se trata de alguna película. Pero bue, paso a relatar la escena:

“Una pareja de jóvenes caminan por una calle hablando entre ellos. Mi memoria ha borrado sus rostros, y sólo retiene una parte escueta del diálogo que me llamó la atención. La chica creo que camina deprisa, y es el chico el que intenta seguirle el paso mientras le dirige la palabra. Como si ella no le hiciese demasiado caso, y a él en cambio le costase mantener la boca cerrada, e intentara llamar su atención. En el diálogo que mantienen el chico comenta que la guillotina fue creada con la intención de hacer más humanitaria la pena de muerte. Es sólo eso. No hay más.”

Alguno que lea esto quizás piense que ¿qué importancia puede tener recordar u olvidar este recuerdo? La respuesta es que para mí recordar estas cosas, es un juego en el que compito yo mismo contra mi propia memoria. Y esta vez he perdido y me molesta mucho perder aunque sea contra mi mismo.

El diálogo me llamó la atención porque hace tiempo que quería escribir algo sobre las decapitaciones. En referencia a lo anterior puedo decir que se cuenta la anécdota de que cuando María Estuardo (reina de Escocia) fue decapitada por el verdugo, éste necesitó de varios hachazos para desprender la cabeza del resto del cuerpo. Un detalle gore que a la vez me parece cargado de dramatismo. Porque ese instante de última conciencia de dolor perdura en unos pocos segundos que a la vez me parecen interminables.

Pongo un video de you tube en referencia al asunto.



En general yo diría que casi todos los humanos damos un respingo cuando el hacha golpea secamente sobre el cuello de la reina, y vemos después como con un primer plano la cabeza se separa del cuerpo y cae rodando. Es una especie de acto reflejo, semejante al que los hombres sufrimos cuando vemos como un balón de cuero golpea con fuerza en las partes nobles de algún jugador de fútbol. Identifico esta reacción como un instinto animal, como una especie de solidaridad de tipo genético. De igual manera que todos semicerramos los ojos cuando en El perro andaluz, Buñuel nos enseña en un primer plano como una navaja de afeitar es capaz de rasgar la córnea de un ojo humano.

¿Y por qué he llegado hasta aquí? ¿Por qué me enrollo tanto? Quizás porque en mi mente ya estaba construido este discurso seguramente antes de que viese la escena fílmica anterior. En el fondo todo se trata de actos reflejos instintivos como el que yo tengo al intentar burlar a los recuerdos que olvida mi memoria. Pero aún dudo de la intención de mi cuerpo y no sé ni siquiera si mi instinto pretende olvidar o recordar.

Pero dejémoslo por hoy. Ahora me voy a mimir. A soñar un poco. Quizás es la única posibilidad que me queda. Desvelar desde el mundo de las sombras lo que mi mente lúcida ahora es incapaz de desentrañar. Quizás sea la única esperanza, la de sumergirme en el reino de los sueños buscando que mi inconsciente se muestre caritativo. Si alguna vez doy con la respuesta yo solito, será como si hubiese salido enmedio de la carpa de un circo; hubiese saltado sobre un trampolín, y después de dar cinco volteretas en el aire, hubiese caído de pie haciendo una elegante pirouette. Después de todo yo soy mi mejor público y los demás siempre están de paso.

Y en el próximo capítulo habrán más decapitaciones. No se lo pierdan.

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