La Librería

Pequeños retales de literatura

sábado, diciembre 30, 2006

El tigre está triste

Reconozcámoslo simple y llanamente: he hecho el tonto de mil maneras distintas. Ahora con la pátina que da el paso del tiempo uno comienza a ver las cosas de otra manera. También diré a mi favor que intenté ser listo, siempre más listo y siempre jodidamente listo. ¿Craso error? ¿Acaso no me acusaron de pensar demasiado las que se sientan siempre al otro lado del estrado? Pero uno en estos casos siempre alega defectos de fabricación. Me pasa lo de a Nicole Kidman en la desconcertante e incomprendida Dogville; una superioridad moral que me hace perdonar los errores ajenos con suma indulgencia. Pero de verdad a veces me entran ganas de soltar parte del monólogo final de la bondadosa Grace: “Hay una familia con niños. Que les maten primero y que la madre lo vea. Que los maten uno a uno y que le digan que pararán si puede contener las lágrimas. Les debo eso”. ¿Pero como decirlo y sentirlo de verdad? Sería echar por tierra unos recuerdos que ambos queremos conservar. A fin de cuentas es de lo poco que me gustará conservar.
Supongo que no me gusta cerrar algunas puertas y es incomprensible que habitualmente sea yo el que deba hacerlo. Debe ser como amigo siempre me revalorarizo. Bah! Pero estuve bien (tonto pero bien). Todavía me río de las veces en que creí que era yo el que tiraba los dados; de la cuerda tensa que nos comunicaba. Y también me río de todas nuestras peleas; de las veces que nos sacábamos de quicio como si ahora fuera capaz amalgamar parte del sufrimiento en una de mis acostumbradas etapas vitales (Oh sí, mi vida es un claro ejemplo de Bildungsroman, pero en un género difícil de evaluar). Pero supongo que pese a todo ella me hacía sentirme terriblemente vivo. Y fui lo que fui, y de ahí no me saca nadie, porque si algo he comprendido en estos años, es que puede estar errado, pero que mi cristal nunca está excesivamente deformado. Eso ocurre cuando se trabaja desde una óptica calidoscópica (esta frase es muy buena!) donde se baraja todo y más.
Y espero seguir brillando, aunque claramente no será ni mañana ni pasado. Pero espero que llegue el día en que me llene de luz una vez más, como uno de estos pequeños abetos de Navidad que cuando llegan las fechas adecuadas se engalanan con luces y colores.
Para finalizar les contaré una pequeña historia que leí hace un par de semanas en LaContra de La Vanguardia. Entrevistaban a Fuat Mansurov, director de la orquesta del Teatro Bolshoi. Leyéndola me pareció uno de esos hombres dotados de auténtica autodisciplina y un sentido crítico afiladísimo, lo cual sin duda le ha llevado a donde está. Sin embargo lo curioso de la entrevista se centraba en los datos que rodeaban su vida personal, unos hechos que sólo leerlos asustaron a mi inocente corazón: el primero era que declaraba haber perdido a su mujer, hijos y nietos en un accidente de coche con la salvo excepción de una de sus hijas. El segundo dato se me sale de mis varemos de calificación. Mansurov declaraba que en una ascensión a una montaña se le congelaron algunos de los dedos de los pies, y se los tuvieron que amputar, pero Mansurov ¿ni corto ni perezoso? pidió que lo hicieran sin anestesia, para así poder descubrir donde estaban los límites del dolor. Supongo que todo ello tras la muerte de su familia, porque si no aún tendría menos sentido su comportamiento. Duro, duro, duro… y me asusto sólo de leer que puede haber tanto dolor en un corazón.
Pero algo entiendo… a veces tiene que doler para liberarte, porque al que no le duele es que tal vez nunca sintió, y eso todavía me parece peor (en mi pseudomanual de psicología basura esto hacía referencia al mito del hombre de fuego enfrentado al hombre de hielo).
¿No ho entenen? Para superar el dolor lo primero es comprender la causa (be water, my friend). Un pequeño fragmento de un relato que en su día me fascinó “Cose pequeños puntos en la espalda de un hombre muerto” de Joe R. Landsdale. Sólo lo he encontrado en inglés.

What's new?
Well, Mr. Journal, after all these years I've taken up martial arts again--or at least the forms and calisthenics of Tae Kwon Do. There is no one to spar with here in the lighthouse, so the forms have to do.
There is Mary, of course, but she keeps all her sparring verbal. And as of late, there is not even that. I long for her to call me a sonofabitch. Anything. Her hatred of me has cured to 100% perfection and she no longer finds it necessary to speak. The tight lines around her eyes and mouth, the emotional heat that radiates from her body like a dreadful cold sore looking for a place to lie down is voice enough for hen She lives only for the moment when she (the cold sore) can attach herself to me with her needles, ink and thread. She lives only for the design on my back.
That's all I live for as well. Mary adds to it nightly and I enjoy the pain. The tattoo is of a great, blue mushroom cloud, and in the cloud, etched ghost-like, is the face of our daughter, Rae. Her lips are drawn tight, eyes are closed and there are stitches deeply pulled to simulate the lashes. When I move fast and hard they rip slightly and Rae cries bloody tears.
That's one reason for the martial arts. The hard practice of them helps me to tear the stitches so my daughter can cry. Tears are the only thing I can give her.”

Noticias del día.
- Atentado de ETA y seguramente pone fin a la tregua.
- Sadam Hussein ajusticiado en la horca.
- 840 desaparecidos en el hundimiento de un barco.

Supongo que elegí un buen día para comenzar de nuevo a postear en el blog. ¿No fue en Little BigHorn cuando los siux enfrentándose a Cúster gritaban aquél sonoro Hoka Hey (hoy es un buen día para morir). ¡Un ejemplo práctico de economía del lenguaje! Lo mismo digo yo, ya sobran palabras.

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