La Librería

Pequeños retales de literatura

lunes, marzo 13, 2006

Cuidado con el perro

Hoy es Lunes y hoy es un mal día. No se me acerquen demasiado porque muerdo, y en la mayoría de los casos esos mordiscos podrían llegar a ser peligrosos, los casos que no contabilizo son del tipo los sangrientos mordiscos de la Seleen de Underworld -vean sólo la primera- que aviso que también hacen daño. Podría ponerles algún fragmento del Cándido de Voltaire, con el propósito de torpedear tibias líneas de flotación. O algún texto angosto y hermético, como recuerdo la sensación de haberme dado de bruces contra alguno de los temidos relatos de Isidoro Blainsten. Pero como el otro día en el Pato recordaron al argentino Juan Rodolfo Wilcock y su Sinagoga de los iconoclastas. Pues eso: Wilcock, hoy primer y único plato. ¡Qué no se les atragante! Y mañana lentejas...

La Atlántida

Cuando aquella vasta isla que los antiguos llamaban Atlántida comenzó a hundirse en el océano, los más sagaces de sus habitantes decidieron embarcarse y mudarse a otro continente. Lamentablemente sus barcos eran pequeños y bastó una sola tempestad para tragarse a todos los emigrantes. Pero la gran mayoría de los atlánticos se habían quedado en la isla; de hecho, todas las profecías preveían un gradual reelevamiento del nivel de las tierras, y los isleños, como sucede a menudo, creían más en las profecías que en la realidad de lo que veían con los ojos y tocaban con la mano. Por eso, inundadas las llanuras costeras y amenazadas por las olas las primeras colinas, los periódicos atlánticos continuaban alentando a la población: "Hemos tenido una nueva confirmación, venida de las más altas esferas científicas de la isla, de que está prevista la progresiva elevación de la plataforma continental atlántica, cuyo movimiento parece haber sido tan repentino que ha arrastrado consigo las aguas del océano; esto explica el hecho de que éstas hayan alcanzado en algunas localidades un nivel falsamente preocupante. En la espera del retorno, sin duda inminente de las aguas geológicamente impelidas, los habitantes y animales sobrevivientes se han refugiado en las montañas que rodean a la capital. El gobierno ha tomado las medidas apropiadas para evitar este temporario peligro, mediante oportunos diques y barreras, mientras los sacerdotes amorosamente se ocupan de bendecir los restos flotantes".Más subían las aguas, más optimistas se volvían los comunicados distribuidos por las agencias de noticias, más inminente era declarado el reflujo de la marea, con la consiguiente adquisición por parte del patrimonio nacional de nuevas e ilimitadas extensiones de tierra enriquecida por el fértil humus de milenios de vida submarina. Por eso nadie hizo nada, y cuando el último habitante, que era justamente el presidente del consejo, se encontró en la cima de la más alta montaña del país, con el agua al pecho, se oyó decir a los ministros que flotaban en torno suyo, cada uno aferrado a su propio escritorio: "Valor, excelencia, lo peor ya pasó".
Juan Rodolfo Wilcock
Juan Rodolfo Wilcock fue Ingeniero Civil pero abandonó la profesión para dedicarse a la literatura. Nació en Buenos Aires en 1919. Publicó una vasta obra poética (Persecusión de las musas menores, Los hermosos días, Sexto, entre otros) antes de emigrar, en la década del '50, a Italia, donde incursionó en todos los géneros literarios (en italiano y español) y se desempeñó como traductor. De su obra narrativa mencionaremos: Hechos inquietantes (1960), El estereoscopio de los solitarios y La sinagoga de los iconoclastas (1972), El ingeniero (1975), Frau Teleprocu (1976, en colaboración con Francesco Fantasia), El libro de los monstruos (1978). Murió en Italia en 1978.

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