La Librería

Pequeños retales de literatura

domingo, noviembre 13, 2005

Riding the bullet

Esta es una bala directa a los corazones, el calibre lo marca cada cual. Yo solo disparo la bala: un poema de Vicente Aleixandre, pero no me pidan que apunte, porque es costumbre que donde pongo el ojo, yerro la bala. El gran Aleixandre casi tan grande como el gran Alekhine (el único campeón de ajedrez que murió en posesión del título del Mundial). Vicente Aleixandre fue un poeta que vivió apartado de la vida social, pues cuando rondaba la treintena sufrió una tuberculosis renal, que le hizo adoptar una vida retirada durante el resto de sus días. Pero fue su descanso -esa soledad tan necesaria para la creación- lo que le permitió encontrar la fuerza del verbo. Porque se puede esculpir una vida cuyo templo es la palabra... y yo leeré los vestigios de cada ciudad derruida; y buscaré en la arena los restos de cada hombre naufragado...
El título del post es un libro de S.K. que para los que sepan menos inglés que un servidor viene a ser algo así como “montando la bala” (Otro de los muchos pequeños homenajes que la Empresa le rinde).

TORMENTO DEL AMOR
Vicente Aleixandre
Te amé, te amé, por tus ojos, tus labios, tu garganta, tu voz,
tu corazón encendido en violencia.
Te amé como a mi furia, mi destino furioso,
mi cerrazón sin alba, mi luna machacada.
Eras hermosa. Tenías ojos grandes. Palomas grandes,
veloces garras, altas águilas potentísimas...
Tenías esa plenitud por un cielo rutilante
donde el fragor de los mundos no es un beso en tu boca.
Pero te amé como la luna ama la sangre,
como la luna busca la sangre de las venas,
como la luna suplanta a la sangre y recorre furiosa
las venas encendidas de amarillas pasiones.
No sé lo que es la muerte, si se besa la boca.
No sé lo que es morir. Yo no muero. Yo canto.
Canto muerto y podrido como un hueso brillante,
radiante ante la luna como un cristal purísimo.
Canto como la carne, como la dura piedra.
Canto tus dientes feroces sin palabras.
Canto su sola sombra, su tristísima sombra
sobre la dulce tierra donde un césped se amansa.
Nadie llora. No mires este rostro
donde las lágrimas no viven, no respiran.
No mires esta piedra, esta llama de hierro,
este cuerpo que resuena como una torre metálica.
Tenías cabellera, dulces rizos, miradas y mejillas.
Tenías brazos, y no ríos sin límite.
Tenías tu forma, tu frontera preciosa, tu dulce margen
de carne estremecida.Era tu corazón como alada bandera.
¡Pero tu sangre no, tu vida no, tu maldad no!
¿Quién soy yo que suplica a la luna mi muerte?
¿Quién soy yo que resiste los vientos, que siente las
heridas de sus frenéticos cuchillos,
que le mojen su dibujo de mármol
como una dura estatua ensangrentada por la tormenta?
¿Quién soy yo que no escucho entre los truenos,
ni mi brazo de hueso con signo de relámpago,
ni la lluvia sangrienta que tiñe la yerba que ha nacido
entre mis pies mordidos por un río de dientes?
¿Quién soy, quién eres, quién te sabe?
¿A quién amo, oh tú, hermosa mortal,
amante reluciente, pecho radiante;
¿a quién o a quién amo, a qué sombra, a qué carne,
a qué podridos huesos que como flores me embriagan?

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